#ElAmorEsMasFuerte, con Marcela Colcerniani y Alejandro Anania
Editorial
Evita. Bienamada de los humildes, sus queridos descamisados. La presencia de Evita se extiende en el tiempo y en los gestos del pueblo. Asoma en millones de rostros que repiten sus consignas con fé religiosa como una ráfaga de amor y esperanza que endulza los pesares de los más humildes, y es para los oligarcas y vendepatrias, maldición acusadora de su siniestra riqueza amasada a expensas del dolor y la sangre de los trabajadores.
Eva es perfecta síntesis de un pueblo mestizo y bastardo que se atreve a mirar a los ojos a los patrones para alzar su dignidad y reclamar su lugar en el mundo en igualdad y con justicia social.
Esa altivez repugna a los dueños de todo, dueños de decir y hacer en Argentina, para quienes Evita es el signo perpetuo que les disputa el poder simbólico y real desde el primer día en que emergió de las sombras para ser abanderada de los humildes junto a Juan Domingo Perón. Porque Evita, Juan Peron, el Peronismo, son el hecho maldito del país burgués que lucha por construir una Patria Justicialista, con justicia social, independencia económica y soberanía política, de toda nación e interés extranjero. Y eso, a la oligarquía con olor a bosta, a los vendepatrias capaces de entregar las Malvinas a quienes les asegure un lugar en la Embajada, les asquea.
Critican de Eva las formas, su fanatismo por la causa del pueblo, el odio que declaraba hacia los imperialismos y su profundo desprecio por las oligarquías.
Los relatores de una historia infantiloide, centrados en las maneras y modales, afectan desmemoria para obviar que los dueños de la tierra amasaron su fortuna después del genocidio indio y de las guerras civiles que masacraron a gauchos y negros. Y que acrecentaron su riqueza asociados a todos los golpes de Estado sufridos en nuestro país. Son los que hoy juegan como el gato con el ratón con el gobierno popular, mientras mueven a su antojo el valor del dólar, retienen el producto de la tierra y el trabajo argentino en silobolsas al amparo de las leyes que la última dictadura confeccionó para ellos, y refriegan su poder en la cara de un Estado desmantelado –sin Junta Nacional de granos, sin Junta Nacional de Carnes, sin organismos de control, como la Superintendencia de entidades financieras y cambiarias, que eliminó Macri.
A despecho de ellos, resuenan las palabras luminosas de Evita: “Es necesario que los hombres y mujeres del pueblo sean siempre sectarios y fanáticos y no se entreguen jamás a la oligarquía... Los dirigentes sindicales y las mujeres que son pueblo puro no pueden, no deben entregarse jamás a la oligarquía. El dilema nuestro es muy claro: la oligarquía que nos explotó miles de años en el mundo tratará siempre de vencemos. Con ellos no nos entenderemos nunca, porque lo único que ellos quieren es lo único que nosotros no podremos darle jamás: nuestra libertad.”